Luguelín Santos es uno de tres hermanos de un hogar separado, criados por su madre ante el abandono del progenitor. A sus ocho años, ella le pidió a una sobrina que ya practicaba atletismo que llevara a Luguelín y sus hermanos al play de Bayaguana, en la provincia Monte Plata, para que ocuparan su tiempo en algo productivo durante los meses de las vacaciones. Eso le cambiaría la vida. Al ver a varios jovencitos hacer carreras entre ellos, quedó prendado del espíritu de una competencia tan pura, donde el ganador era el que más fuerza y velocidad le pusiera a las piernas.
El techo de zinc de la casa donde vivían tenía goteras que la familia no se podía dar el lujo de reparar. Enfocado en ser un buen estudiante, nunca faltaba a la escuela, pero a la hora del recreo se quedaba en el aula repasando sus tareas, para no tener que ver cómo sus compañeros podían disfrutar una merienda mientras él tenía el estómago vacío. A veces, unos vecinos le regalaban 30 pesos a su madre, “porque el muchacho andaba feo y tenía meses sin recortarse el pelo”. En esas circunstancias, comprar unos tenis adecuados para Luguelín no era prioridad. Pero eso no lo detuvo: por pasatiempo se dedicaba a correr, a veces con tenis rotos, muchas veces descalzo, demasiadas veces sin haber probado comida en todo el día, solo para ver hasta dónde llegaban sus piernas.
A sus 11 años esa entrega llamó la atención de la entrenadora Rosa Tiburcio Aquino, la responsable de desarrollar prácticamente a todos los jóvenes que han hecho atletismo en Monte Plata en los últimos 20 años. Ella vio en él un niño que quería ser grande y que estaba dispuesto a darlo todo. Por eso, la entrenadora buscaba la forma de que el joven participara en todos los encuentros atléticos que se celebraban a nivel nacional, aunque él no tuviese como costear el pasaje. La fe de Tiburcio en las condiciones físicas y mentales de su pupilo dio frutos: en 2008 arrasó en los 400 y 800 metros planos en los Juegos Nacionales Escolares, con un tiempo de 50 segundos en la primera categoría.
Esas medallas de oro produjeron el acercamiento de José Ludwig Rubio, el entonces presidente de la Federación Dominicana de Atletismo. “Con 14 años, ese muchacho ya hablaba de que quería ser campeón olímpico”, recuerda Rubio. “Siempre ha sido un soñador, pero también un fajador”.
El horizonte olímpico vino a ser una meta para Luguelín en 2004, tras ver el oro de Félix Sánchez en los 400 metros con vallas. El Súper Sánchez le motivó a soñar en grande. “Cuando vi a Félix entrar a la recta nal como el mejor, como que no tenía frenos, y se le veía en la cara el orgullo de estar representando a la patria y la bulla de la gente aplaudiéndolo, eso me robó el corazón”, cuenta Santos.
A menos de un año de ese primer encuentro con su entrenador, bajo el ojo de Rubio ya era parte del equipo nacional de atletismo, y sus tiempos en la pista rondaban los 46 segundos, un registro de atletas de mucha mayor trayectoria. “La exigencia que se le pone al cuerpo para correr a esa velocidad normalmente no la aguanta un muchacho de 15 años, sino muchachos con mucho más tiempo de entrenamiento”, explica Rubio. “El velocista Carlos Yoelín Santa vino a dominar los 46 segundos pasando los 20 años, así que correr ese tiempo con 15 años rompió parámetros entre los atletas dominicanos”.
En 2010, en un evento entre naciones centroamericanas y del caribe celebrado en el estadio que ya llevaba el nombre de su héroe deportivo, se llevó la plata con 46.19 segundos. Eso le permitió clasi carse para los primeros Juegos Olímpicos de la Juventud, que serían celebrados ese mismo año en Singapur. Allá, mientras entraba a la recta nal como el mejor, como que no tenía frenos, recordó haber corrido en Bayaguana sin tenis, las cortaduras en sus pies y el hambre constante, y cuando detuvo el reloj a los 47.11 segundos conquistó su primer oro de los dos que se llevaría en esos Juegos, el segundo fue en el relevo 4×400.
“Me demostré a mí mismo y al mundo que sí podía, que el esfuerzo valía la pena y que las cosas podían hacerse”, recuerda Santos.
Como resultado de esos logros, fue electo Atleta del Año del Comité Olímpico Dominicano. En un momento en que su ídolo se encontraba lidiando con lesiones en su carrera, parecía que el futuro del atletismo quisqueyano estaba en las piernas del joven monteplatense.
Pero 2011 no dio buenos augurios para él: en agosto, mientras se entrenaba con miras a los Juegos Panamericanos de Guadalajara de octubre, sufrió una lesión considerable en la corva izquierda. Su entrenador decidió costear los gastos de viaje y hospedaje del joven en Colombia, para que recibiera un tratamiento de recuperación.
En sus primeros Juegos Panamericanos, Luguelín agradeció la inversión y la fe de José Rubio con dos medallas de plata, una en los 400m y otra en los 4x400m.
Eso abrió el camino para Londres 2012.
La preparación para esos Juegos Olímpicos fue exigente. Por la mañana, tres horas en el gimnasio fortaleciendo brazos y piernas. Luego venían sesiones de estiramiento y dos horas de descanso. En las tardes, de 2 a 3 horas en la pista, enfocado en la velocidad y el movimiento de los brazos. Como preparación para el encuentro en la capital inglesa, participó en una carrera de la Federación Internacional, en los Países Bajos, y allí registró un tiempo de 44.45 segundos. También compitió en el Campeonato Mundial Juvenil en Barcelona y ganó otro oro, con tiempo de 44.85. Se encontraba entre los primeros cinco del mundo de la especialidad de 400 metros: la posibilidad de una medalla en Londres era real. Con 45.06 segundos aseguró su pase a las nales de los 400 metros planos.
Minutos antes de su carrera, su héroe, Félix Sánchez, había convertido sus dos tenis dorados en aves fénix para lograr uno de los retornos más impresionantes del atletismo: contra todo pronóstico por su edad avanzada y sus lesiones, se había llevado el oro, y el retumbe de las notas del himno nacional dominicano en el estadio inspiraron aun más a Luguelín.
Cuando escuchó el disparo de salida, corrió con todas sus fuerzas los primeros 60 metros. Luego, en la recta, relajó sus brazos hasta llegar a los 200, tal cual lo había practicado tantas veces. A partir de ahí, armó un ataque progresivo y fue acelerando hasta la recta nal, manteniendo la velocidad. Al cruzar la meta, sus espectaculares 44.46 segundos le brindaron a República Dominicana una plata olímpica.
Con apenas 18 años de edad, Santos escaló al podio con una plata que disfrutó como un oro. “Ha sido el mejor momento de mi carrera”, recordó. “Todos los sacri cios para llegar ahí valieron la pena”.
“ME DEMOSTRÉ A MÍ MISMO Y AL MUNDO QUE SÍ PODÍA QUE
EL ESFUERZO VALÍA LA PENA Y QUE LAS COSAS PODÍAN HACERSE”
–LUGUELÍN SANTOS–
Sin embargo fue por más: en los Juegos Panamericanos de Toronto 2015 conquistó el primer puesto. Habiendo probado plata olímpica, fue por el oro en Brasil. Allá, en su carrera de clasi cación a semi nales hizo su mejor tiempo del año a pesar de un mal arranque, con 45.61 segundos. Un día después, lo superó con 44.71 segundos. No obstante, ese tiempo lo dejó décimo y fuera de las nales, terminando así su sueño de volver a subir al podio. “Estuve mal… di el máximo, pero pensaba que iba a estar mejor”, re exiona el atleta tras la carrera. “Y este no es mi año, me lo pasé sin competir por problemas que tuve en ambos isquiotibiales”.
Ahora tiene sus ojos puestos sobre Tokio 2020, en los que serían sus terceros Juegos. Mientras tanto, Luguelín estudia tecnología deportiva en la Universidad Interamericana de Puerto Rico, donde también entrena. Quiere utilizar su experiencia profesional y su entrenamiento académico para especializarse justamente en la prevención y rehabilitación de lesiones y el fortalecimiento de los factores mentales, siológicos y sociales de los atletas.