Cristóbal Marte, director del proyecto de las selecciones femeninas de voleibol, nunca sabrá qué tan buena podría haber sido Juana Arrendel en ese deporte. Cuando en el verano de 1994 vio por primera vez en su tara ex a la joven de 6’3” de estatura en una práctica de la selección juvenil de voleibol, se sorprendió. Sin embargo, en ese entonces Juana ya había sido echada por otro deporte.
“Estoy seguro de que hubiese sido una estrella en voleibol. ¡No hay forma de que no hubiese triunfado!”, recuerda Marte.
No triunfó en voleibol, es cierto… pero vaya que sí lo hizo en el salto de altura.
Todo comenzó en San Pedro de Macorís, donde la hija de Pedro Rosario y Argentina Arrendel ayudaba en los quehaceres del hogar ubicado en el ingenio Porvenir, donde se radicaron sus ancestros al inmigrar al país desde las islas inglesas del Caribe. “Mi madre decía que cuando chiquita yo vivía enganchada en todo, que me gustaba subirme en todo cuanto se podía”, recuerda la deportista. “Ella dice que por eso siempre supo que iba a ser saltadora”.
A sus 14 años, el profesor Luciano Álvarez observó en ella el potencial para cumplir con el vaticinio de su madre. La niña era dueña del físico perfecto para el deporte: poseía estatura, capacidad de salto, fuerza y velocidad, como si Dios le hubiese dado vida para esa disciplina. En efecto, con apenas dos semanas de preparación previa, ese 1992 ganó una medalla de oro en los Juegos Nacionales de San Juan de la Maguana, con un salto de 1.45 metros.
Álvarez concluyó que el talento de Juana era digno de llevarse a otros niveles, así que resolvieron empacar maletas con destino a Santo Domingo, donde ingresó a la Academia Nacional de Atletismo bajo la tutela del profesor cubano Juan Hernández Clark.
En 1995 se destacó en el Campeonato Panamericano Juvenil celebrado en Trinidad y Tobago, y la posibilidad de competir a nivel internacional le cambió la mentalidad. “Aquí no había mucha cultura del salto alto, pero una vez estuve allá y vi que podía ganar, eso como que me enamoró”, recuerda Arrendel. “Al saltar sentía que podía hacer cualquier cosa, que nada era imposible. Me sentía libre”.
Clark llevó al máximo la tenacidad de Juana, llegando juntos al noveno lugar del Grupo Dos en los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996, al lograr 1.80 metros.
Pero en 1997 dio otro salto que llevó su carrera a un nivel diferente: comenzó a entrenar bajo el mando de la rusa Natalia Korotaeva. Con ella, Arrendel alzó su vuelo. Para referencia de su método: con dos fuertes prácticas por día, sus entrenamientos eran tan duros que provocaron la estampida, uno por uno, de poco más de 50 atletas que habían comenzado el programa de salto de altura.
Al nal, solo quedó una: Juana. Su trajinar diario se resumía en viajes entre la Villa Olímpica, el Centro Olímpico y el plantel educativo donde estudiaba por las noches. “Fueron muchos y grandes sacricios, pero todo valió la pena”, a rma.
Eso quedó demostrado en los Juegos Centroamericanos y del Caribe de 1998 en Maracaibo, donde se hizo con el oro tras saltar 1.91 metros.
Tras llegar como una de las favoritas a los Juegos Panamericanos de 1999 en Winnipeg, cumplió los vaticinios al saltar 1.93 metros y llevarse la presea dorada. Esa medalla no duró mucho en su cuello. Las pruebas de dopaje realizadas en esos juegos dieron positivo al stanozolol, un esteroide utilizado para mejorar el rendimiento. Fue despojada de su metal y sancionada por dos años por la Federación Internacional de Atletismo (IAAF, por sus siglas en inglés).
Fue el peor momento en la carrera de la atleta petromacorinasa. “Fue algo que pasó y no lo puedo olvidar, pero soy de las personas que tratan de sacar algo bueno de las cosas malas”, explica hoy. “Yo lo superé y demostré buenos resultados después de eso”.
Efectivamente: tras perderse los Juegos Olímpicos de Sídney por efecto de la sanción, retornó al campo en los Juegos Centroamericanos y del Caribe de San Salvador en 2002. Allá se elevó hasta los 1.97 metros, rompiendo el récord de 1.96 que había establecido la cubana Silvia Costa 16 años atrás.
Ese mismo año agregó otra medalla a su colección dorada, con un salto de 1.95 metros durante el Campeonato Norte, Centroamericano y del Caribe de Atletismo celebrado en San Antonio, Texas. Obtuvo otra igual en el Campeonato Iberaomericano de Guatemala, donde jó un salto de 1.87 metros.
Esa hazaña asombró a más de a uno. Su gran retorno, a rma, se debió a la buena preparación que hizo, no a la motivación que pudo haberle dado el castigo. “Trabajo duro, eso fue”, señala. “No hay nada que hable mejor de ti que el trabajo duro, porque siempre va a dejar buenos resultados”.
Ese trabajo duro se notó por nueva vez con el metal dorado que le dio a su país en casa, en los Juegos Panamericanos de Santo Domingo 2003. Esa es, para ella, la medalla más signi cativa de su carrera.
Aunque con su mejor marca del año (1.89 metros) no pudo pasar más allá del noveno puesto en Atenas 2004, el oro fue suyo en los Juegos Centroamericanos y del Caribe de Cartagena de Indias del 2006. En los Panamericanos de Río de Janeiro 2007 saltó 1.81 metros para quedar en el sexto puesto.
En 2008, a pesar de haber registrado la marca de salto mínima para asistir a los Juegos Olímpicos de Pekín, Arrendel anunció su retiro, debido a diferencias con la Federación Dominicana de Asociaciones de Atletismo. “Hubiese podido durar cuatro años más, pero no me arrepiento. Yo viví al máximo ese deporte, y no me quedé con ese vacío”, explica. En 2010 hizo o cial su retiro.
Y el ejemplo más vivo de qué tan lejos se puede llegar lo representa Arrendel, la deportista de atletismo más destacada en la historia de la República Dominicana: fue exaltada al Pabellón de la Fama del Deporte Dominicano en el 2016, en su primer año de elegibilidad. Arrendel no solo supo llegar lejos, se hizo inmortal.
Hoy vive en Santo Domingo junto a su esposo y su hijo, de cinco años, y ostenta el rango de coronel de la Armada Dominicana. Pero no ha dejado el atletismo del todo. Arrendel promueve la integración femenina a la práctica deportiva a través de su trabajo en la O cina de Género y Deportes del Ministerio de Deportes. Pocas personas mejor que ella para saber cuán alto puede llegar una mujer dominicana cuando se propone una meta deportiva y la logra.