“Mi medalla fue la única dorada que logró el continente“
De niño, Félix Díaz tenía su plan diario armado. Salir de su casa en La Javilla, un populoso sector al borde del río Ozama, ir a la escuela y luego ayudar en su hogar de cinco hijos lavando carros o limpiando zapatos.
El problema con su plan es que no contaba con los golpes que recibía de los niños de su entorno, quienes lo utilizaban de piñata humana por causa de su pequeño tamaño.
A los 10 años, cansado de verse tan vulnerable, pisó el Club Natalio Jiménez de Sabana Perdida para tomar clases de boxeo. “Desde ahí, ya nadie se metía conmigo”, recuerda.
Tanta fue su destreza para defenderse y devolver golpes que con sus puños no solo les envió un mensaje a los niños de La Javilla, sino también al mundo: en 2008, a sus casi 25 años, se alzó con un oro olímpico en el ring de Pekín.
Ese camino dorado comenzó con las varias horas de entrenamiento diario en el club bajo la tutela del experimentado entrenador Alcibíades García, quedando fascinado con todas las técnicas que aprendía para tirar mejores golpes. Su facilidad para asestar jabs y rectos, junto con la dedicación y la constancia que demostró en su asistencia al club, lo llevaron a formar parte de la selección nacional juvenil a los 17 años, de la mano del entrenador Luciano Ramírez.
Dos años después, al entrar a la selección de mayores, dejó de ser una promesa para demostrar cuán lejos podía llegar. Tras la medalla dorada obtenida en los Juegos de la Batalla de Carabobo, en Venezuela, se alzó con otra presea de oro en los Juegos Centroamericanos y del Caribe de San Salvador. Un año después, en los Juegos Panamericanos Santo Domingo 2003, sus puños le dieron un bronce y un pase a los Juegos Olímpicos de Atenas al año entrante.
El argot del deporte dice que los mejores boxeadores son aquellos que en la próxima pelea saben reponerse física y psicológicamente de un nocaut. Cuando el atleta kazajo Serik Yeleuov lo derrotó con 2816 en su primer combate en la cuna del olimpismo, su primera derrota signi cativa en su carrera, el desconcierto fue tal que dejó de entrenar durante todo un año.
Sin embargo, recordó la pasión que sentía por los guantes, y la 100 meta que se había trazado de seguir los pasos de Pedro Julio Nolasco, el único medallista olímpico dominicano en boxeo, con un bronce, y a inicios de 2006 volvió al ring. Al año siguiente, su desempeño en la categoría súperligero, de 63 kilogramos, le abrió el camino a los Panamericanos de Río de Janeiro.
En el combate por el bronce ante el cubano Inocente Friss, Díaz iba en la delantera, dominando con rectos al mentón protegido de su rival. Sin embargo, por un fallo técnico, las computadoras borraron el marcador y al nal del combate quedó favorecido el cubano.
Pero habiendo aprendido las lecciones la primera vez, ya eso no logró descarrilar a Félix.
Cali cado para las Olimpíadas de Pekín 2008, en su primer encuentro en la capital china consiguió una victoria fácil ante el armenio Eduard Hambardzumyan, a quién derrotó con un 11-4. Su siguiente víctima fue el irlandés John Joe Joyce, con un marcador 11-11, un empate decidido por los jueces por apreciación. El siguiente en morder el polvo fue el iraní Morteza Sepahvand, quien sucumbió con un marcador de 11-6. Al enfrentar en cuartos de nales al francés Alexis Vastine, Díaz aseguró la medalla de bronce, con una victoria 12-10.
“EL ORO ES UNO DE LOS POCOS METALES QUE NO SE OXIDA”
La meta de emular a Pedro Julio Nolasco estaba cumplida. Pero él quería más.
En la pelea por el oro contra Manus Boonjumnong, de Tailandia, Díaz salió con la misma ereza con la que se defendió contra sus bullies en su niñez. Al conocerse el resultado nal, un 12-4, República Dominicana tenía su primera medalla de oro olímpica en boxeo en su historia.
“El oro es de los pocos metales que no se oxida”, explica Félix. “Mi medalla fue la única dorada que logró el continente, incluyendo a Cuba y Estados Unidos. Esas grandes naciones no pudieron…solo un dominicanito con un corazón gigante le arrancó el oro a los favoritos”.
Tras ser recibido como héroe a su llegada a Santo Domingo, en 2009 dio el salto al profesionalismo, y a la fecha ostenta un récord de 18-1, con ocho victorias por nocaut. Hoy, antes de subir al ring, le dedica cada uno de sus combates a sus tres hijos. “Ellos son mi motivación principal, y por ellos me fajo cada día de mi vida”.
¿Y para qué se faja, si ya tiene una de las preseas más deseadas por todo púgil? “Todo el mundo me recuerda como campeón olímpico, y ese título no se pierde”, re exiona el boxeador. “Ahora quiero uno profesional”.